martes, 21 de septiembre de 2010

Yo pensaba que eran las nueve

Yo pensaba que eran las nueve...

Tus manecillas marcaron mis manos de tan apretadas; el tiempo, arena fina, se desvaneció en tus párpados inmóviles. Nuestras bocas ahogaron años de soledad en un segundo; se aparearon las horas, disfrutaron ser nuevo órgano; su motor: nuestras lenguas, búsqueda y encuentro de un impulso dulce, adicto vicio. Yo pensaba que eran las nueve; en realidad los relojes no se habían inventado esa madrugada; no en tu habitación, no en mi sala, no cuando me tuviste erguido en tu boca; el sueño platónico que en éxtasis se resquebrajaba. Yo pensaba que eran las nueve porque a esa hora te había imaginado desnuda; con una mirada dulce, no con ésa con la que me quebraste, con la que te recuerdo; te había imaginado etérea, la realidad me obligó a sentirte terrena… por momentos. Yo creí que eran las nueve; tú me obligaste a caer en cuenta: nuestro reloj no tenía horas; era marcha regresiva que llegaba a un final. Hermoso final, no un final feliz, sólo un final. Yo pensaba que eran las nueve; y no quedaba ni un minuto para el fin, para nuestro límite. Ahora no llevo pulsera de tiempo, porque el tiempo ya no importa, llegó a cero. Llegaste a cero. ¿Sabías que podrías llegar a ser cero? Yo no lo creía. Da igual. Algún día empezará el segundero a marcar y llegarán las nueve. Sé que un día llegarán las nueve. Las nueve y tú tan lejos.

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