jueves, 3 de diciembre de 2009

Y nos abandonamos

Y nos abandonamos

Y nos abandonamos aquella madrugada: tus dos brazos rodeaban mi pequeño cuerpo; yo preguntaba a dónde ibas, no recuerdo si hubo respuesta, sólo que nos abandonamos ese día.

Y nos abandonamos esa tarde en que mi padre trató de explicarme tu ausencia; día aciago para él, para mí. Se fue de la habitación y yo quedé mirando la TV, no supe llorar ¿nadie me había enseñado? Esa tarde nos abandonamos.

Y nos abandonamos durante mi niñez, tardes de olvidarme allá en los sueños, noches de vela eterna, mañanas de actividad febril y las dudas ¿quién soy?... ¿soy? ¿Por qué no puedo regalar una lágrima al reloj? ¿Por eso nos abandonamos?

Y nos abandonamos en un voltear de rostro que filtró años de sufrimiento soterrado y dudas, un abrir y cerrar de ojos que duró décadas y estoy ahora, hombre de más de treinta, y quiero saber todavía por qué, quién dijo que no podríamos vernos de nuevo, platicar, abrirnos… nunca lo hicimos, yo era muy joven y tú hermética; cuentan que te escuchaban sollozar y nunca supieron la razón. ¿La había?

Y nos abandonamos y lo seguimos haciendo cada día, quizá porque es lo sano, abandonarnos y no pensar más en nosotros; en la puta vida ficticia y la puta muerte real; en que un día me abrazaste y sin saberlo, esa despedida casual nos hizo abandonarnos y no poder llorar... Hasta hoy.

martes, 11 de agosto de 2009

Pequeño poema

Otro pequeño poema hallado en un rincón...

C 918

Silencio de mar, todo es pasión,

callados sueños que en el aire ceden.

Tu voz se aleja, mi ser lastimas,

tu alegría agria, siempre a costa mía,

melancolía infinita rota de sueño.

Ínfima confianza de un tiempo caduco:

Pienso y sé que no me piensas.

Pienso que mejor es no hacerlo y...

llamarte otra vez es mi destino,

cortarme las alas tu rutina.

¿Seré alguna vez feliz? me lo pregunto:

Quizás por un instante, una vida.

viernes, 24 de julio de 2009

Poema encontrado

Hola a todos, me gustaría compartir este poema que hallé en mi computadora. Siempre es bueno descubrir escritos que han pasado el filtro del tempo.

Comicios

A la mitad de la conversación
Interrumpiste la amable voz
cortaste la llama que te pensaba.
Te convertiste otra vez en candidata de mi olvido…
Postulante que nunca gana.

miércoles, 1 de julio de 2009

Wow, me hizo trizas este poema de José Hierro

El día de ayer mientras revisaba textos para mis clases me encontré con una pequeña joya. Un poema que además de las fascinantes antítesis y quiasmos me transportó a una época de mi vida a la vez meliflua e infausta. Les comparto Mi vida de José Hierro, el premiado escritor. Ojalá también roce un poco vuestra coraza cardial.

VIDA
Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.
Grito “¡Todo!”, y el eco dice “¡Nada!”.
Grito “¡Nada!”, y el eco dice “¡Todo!”.
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

José Hierro, Cuaderno de Nueva York, 1998

martes, 12 de mayo de 2009

Barí no se ve, pero está…

Hace algunos años, mientras practicaba el deporte nacional (que no es el fútbol, sino el zapping) encontré no sé en qué canal, el concierto de un grupo que desconocía hasta entonces. Era un fárrago de sonidos abrasantes; candentes como sólo pueden ser los atrevidos y los que no temen romper esquemas ni confundir a los “expertos”, que tratan de colocarlos en una vasija y ponerles nombre tal como clasifican las especias de la cocina. No lo sabía en ese momento, pero acababa de hallar una puerta entre la niebla espesa de la ignorancia; una rendija de aire fresco aunque eso sí, enrarecido. Había oído por primera vez a Ojos de brujo.

Escuché lo que quedaba de aquella presentación en directo con una especie de revelación hipnótica. No sabía lo que era y no me importaba. Sólo me dejé llevar por un cosquilleo entre el cerebelo y el lóbulo frontal que me impedía oprimir de nuevo el control para cambiar de canal. Todo ese mentiroso caos era conducido por una guitarra con arte verdaderamente flamenco, mas lo que estaba escuchando no era flamenco. No podía decir: “eh mira, una bulería”, o “ah, están cantando por soleares”. Nunca había escuchado una mezcla tan afortunada como la que hacían esos músicos españoles. Su música tenía ese “duende” que logra fundir ritmos, estilos, sentimientos, lágrimas, alegría y temeridad que llevan al éxtasis.

Cuando terminó la última llama encendida del cante, pude averiguar el nombre del grupo. Ojos de brujo. Lo repetí una y otra vez: Ojos de Brujo, Ojos de Brujo. Tenía que acordarme para poder buscarlo después. Como es natural, olvidé el nombre del grupo en cuando me quedé dormido esa noche. La mañana siguiente me encontró viendo hacia el techo de manera perdida tratando de recordar quiénes habían conquistado un espacio en mi mente y mi corazón. No lo logré. Lo que sí conseguí fue estar pendiente de ese sonido y esa magia. En cuanto los volviera a escuchar o a ver, el nombre que estaba clavado con un alfiler a la punta de la lengua, saldría, y justo correría a buscar la grabación a la tienda de música más cercana. Ese momento tardó tres años…

Tres años de arena pasaron a través del embudo de los días hasta que por azares del “desatino”, sí, del desatino (ya que estaba buscando canciones de José Mercé), leí el nombre otra vez: Ojos de Brujo. Lo improbable pasó, el nombre se arrancó del grillete que lo tenía atado a mi lengua y atestó un golpe directo al cerebro. ¡Ahí estaba! Corrí a la tienda de discos. Milagrosamente lo hallé, un CD recién editado para México. De haberme acordado en el momento de la primera revelación, quizá hubiera sido imposible encontrar el disco.

Al escuchar Barí, sentí la metamorfosis del arte flamenco. Esa capacidad infinita del arte gitano para fusionarse con diversos géneros y salir triunfante, fortalecido y vigoroso. El funk, el hip-hop, la música electrónica y la música india construyen un altar donde el flamenco es el guía espiritual. Me emocioné con Naita, un reclamo de la desigualdad del mundo; me sedujo la secuencia descendente de acordes melancólicos en Memorias perdías, que uno quisiera fuera infinita; Rememorix, último track del disco, es presagio de lo que vendría en el siguiente: Techarí, el cual hay que escuchar con oídos gozosos y mirar con Ojos de brujo.

Reírse de uno mismo

Los Muertos no van al cine, del escritor catalán Juan López-Carrillo nos ofrece a primera vista una selección de versos con los cuales uno puede identificarse desde las primeras de cambio: un hombre, cuyos anhelos y optimismo se ven siempre confrontados por una realidad de fracasos amorosos, obsesiones sin remansos, nostalgias, tristezas, y aún así, un hombre con envidiable sentido del humor. Humor: ingrediente capaz de modelar todos los sinsabores antes listados y darle al alma del autor y del lector un premio final. A medida que avanzamos en la lectura exquisita de los versos; este humor, por momentos sutil, y otras veces, cáustico, va permeando los sentidos del lector. De nosotros, los pobres diablos que hacemos nuestros los versos leídos. Una vez que tenemos ese espíritu irónico irradiando en nuestras venas, el autor y el lector se vuelven conniventes para desenterrar todos los instantes sufridos, gozados e imaginados en sueños inconfesables o en rutinarios días de trabajo y ocio.

Eduardo Moga nos dice que el poema más largo de la obra “Celebración en vigilia de San Juan”, es el eje del libro; el inicio: “A veces/ es necesario escribir/ un poema como éste/ para no tener que suicidarse” es una roca de contundencia. Mas estoy un tanto en desacuerdo con Moga en este punto focal de su magnífico prólogo. A mi parecer, el “eje” del libro es lo absurdamente feliz que podemos ser a pesar de todas nuestras quimeras. Y ese hilo conductor que mueve Los muertos no van al cine se plasma en una serie de pequeños poemas que epitoman lo que nos quiere decir López-Castillo en su cuarto poemario: “Amor letal”, aparte de regalarnos el material para construir el título del libro, nos advierte la urgencia de olvidar a la persona alguna vez amada y cuya presencia, lejos de curarnos, escuece la herida de ya no ser queridos. “Doble tristeza” nos arranca más que una sonrisa en sólo 3 versos y prueba no precisar de nada más. “Cinefórum” es ejemplo de agridulce mezcla de melancolía y sexo, cuya última línea nos sacude y nos libera hacia el gozo. “Conquista” nos descubre un autor pícaro que reconoce el valor de las circunstancias sobre lo planeado; finalmente en “Culo”, Juan López-Castillo pronuncia versos rebosantes de una actitud valiente y desenfadada, que alguna vez, todos hemos querido proclamar a voces.

Escuchar la lectura de una obra por su autor puede cambiar nuestra visión de la misma. Alguien atrévase a afirmar que no sintió el corazón enjuto y trémulo al oír Los amorosos en voz de Sabines. Esta edición de Candaya Poesía nos ofrece la opción de renunciar por un momento a la voz interna y cómplice con la que siempre escuchamos los poemas leídos, para dejarnos al desnudo con el timbre y el ritmo prístinos del autor. En el caso de López-Castillo, esta posibilidad nos acerca al sentimiento y estado de ánimo óptimos para internarnos en su poesía, para comprender cuándo hay que retirarse con una sonrisa cínica después de darnos cuenta que ya no nos necesitan, que estamos muertos, y que los muertos no van al cine.
Publicado en el suplemento cultural Laberinto de Milenio Diario.