miércoles, 7 de abril de 2010

Por supuesto que era un sueño

Por supuesto que era un sueño, porque disparábamos en un juego que no existía, los controles de madera se transformaban y lo que ocurría en la pantalla lo podíamos sentir muy hondo. Por supuesto que era un sueño, porque tú todavía te reclinabas en mí dejando un halo sensual en cada movimiento y tu aroma aún se fijaba en la camisa vino 80% algodón que me habías regalado en nuestro primer mes juntos. Aún te quedabas en mi casa y recorrías el salón desnuda, ostentosa, mágica, impresionante, abrazando las sábanas llenas de noche, de nosotros. Por supuesto que era un sueño.

Así que en este sueño que ahora me regalaba (supongo que la noche), decidí afrontar dos retos que se me presentaban en desorden. Uno, tratar de volar de manera constante. Hasta ese momento apenas había podido planear dubitativamente por algunos segundos y regresaba al suelo como volviendo de un brinco infantil. Volar no es fácil. Además de saber volar, se necesita creer que se puede volar. Algo de esto había leído en un libro que ahora decora el salón de un vetusto pariente; pero ahora era una situación en la que realmente necesitaba volar. Era ese tipo de sueño, porque, por supuesto que era un sueño. Nunca antes me había encontrado intentando volar en medio de la escuela. Curioso era que nadie se sorprendiera de verme volar, pero, igual, se veían cosas más raras en el patio: gente sonriendo, trabajando, compartiendo.

Volteaste la cara con un dejo de soberbia y tu sonrisa me sorprendió. No hacía dos días, ese mismo rostro apenas me miraba con una mueca enfermiza. Las más de las veces, marmórea, lapidaria, y cuándo te había preguntado el porqué de tu incólume gesto, de esa mueca, una mueca de inseguridad dentro de una coraza de madera pintada de hierro, me di cuenta que realmente era un sueño. Por supuesto que era un sueño, porque tus alas no brillaban de noche; ajadas, sucias, se arrastraban en el parquet de tu indiferencia, de tu torpeza. Y estuve cierto de que era un sueño no por el final (obvio hubiera parecido), sino por el prólogo, porque nos descubrimos el velo de hipocresía que anegaba el cruce de miradas y pareció que justo en el momento de soñar, de cesar de soñar, de creer soñar, de querer soñar, de crecer y soñar, de crearte, de configurarte, de domeñarte, en ese puntual instante me quedé dormido al despertar del sueño desperezante de besar el aire y recordar: hoy es jueves.