Y nos abandonamos
Y nos abandonamos aquella madrugada: tus dos brazos rodeaban mi pequeño cuerpo; yo preguntaba a dónde ibas, no recuerdo si hubo respuesta, sólo que nos abandonamos ese día.
Y nos abandonamos esa tarde en que mi padre trató de explicarme tu ausencia; día aciago para él, para mí. Se fue de la habitación y yo quedé mirando la TV, no supe llorar ¿nadie me había enseñado? Esa tarde nos abandonamos.
Y nos abandonamos durante mi niñez, tardes de olvidarme allá en los sueños, noches de vela eterna, mañanas de actividad febril y las dudas ¿quién soy?... ¿soy? ¿Por qué no puedo regalar una lágrima al reloj? ¿Por eso nos abandonamos?
Y nos abandonamos en un voltear de rostro que filtró años de sufrimiento soterrado y dudas, un abrir y cerrar de ojos que duró décadas y estoy ahora, hombre de más de treinta, y quiero saber todavía por qué, quién dijo que no podríamos vernos de nuevo, platicar, abrirnos… nunca lo hicimos, yo era muy joven y tú hermética; cuentan que te escuchaban sollozar y nunca supieron la razón. ¿La había?
Y nos abandonamos y lo seguimos haciendo cada día, quizá porque es lo sano, abandonarnos y no pensar más en nosotros; en la puta vida ficticia y la puta muerte real; en que un día me abrazaste y sin saberlo, esa despedida casual nos hizo abandonarnos y no poder llorar... Hasta hoy.
jueves, 3 de diciembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Este me ha gustado mucho. Un abrazo!
ResponderEliminarHermano, me gustó mucho. Todo lo hermético selló la posibilidad de diálogo, nunca es tarde. Te quiero mucho...
ResponderEliminarPuffff, pufff y doble pufff, qué fuerte Guille. Definitivamente muy fuerte. Hablaremos pronto al respecto
ResponderEliminarLeí este texto desde que lo publicaste y no había querido comentar, o no había podido. El abandono es una marca extraña: por explicable que resulte, por perdonable que sea, nunca deja de doler. Es como si lo hubieran marcado a uno para el desamparo. Te acompaño en el sentimiento, no sabes cómo ni cuánto.
ResponderEliminar